Si es usted primer ministro, no haga planes este verano
Ya se sabe que Bruselas es una ciudad gris. Aburrida. Llena de burócratas en traje y corbata que de vez en cuando se dejan caer por las capitales del sur para asegurarse de que no están gastando más de la cuenta. Una ciudad en la que siempre llueve, donde nunca pasa nada, o al menos, nada digno de mención más allá de las páginas rosadas de los diarios económicos o las largas clases de Derecho Comunitario. Ya se sabe. ¿O no?.
Estos días, la anodina Bruselas se ha puesto rebelde y no para de desafiar estereotipos. Bruselas es hoy una ciudad soleada, llena de vida, de bicis, de terrazas y de música. Los burócratas se han quitado las corbatas y ahora citan a España como un ejemplo a seguir, no como uno de los díscolos alumnos del sur. Hace semanas que no llueve, y, sobre todo, no paran de pasar cosas. Cosas dignas de mención. Cosas dignas, incluso, de maratón seriéfilo de Netflix.
En los pasillos de Bruselas se está jugando una partida política que poco tiene que envidiar a las intrigas palaciegas de alguna serie de moda o a las estratagemas de Frank y Claire Underwood. El premio son los cinco altos cargos a repartirse tras las elecciones al Parlamento Europeo de mayo, a saber: las presidencias de la Comisión Europea (el trofeo más valorado), el Parlamento y el Consejo Europeo y la Alta Representación de la UE en política exterior (el llamado 'señor o señora Solana”, ya que fue el político español el primero en ostentar el cargo). A estos cuatro cargos muchos añaden la presidencia del Banco Central Europeo, un puesto de perfil mucho más técnico pero que se ha convertido en parte del “pack” por el que se pelean los estados miembros.
Sobre el papel, el reparto de altos cargos de la Unión es el resultado de compromisos y equilibrios entre familias políticas, nacionalidades y cuotas. En la práctica, tres de los cinco cargos los ostentan ahora mismo italianos (Mario Draghi al frente del BCE; Antonio Tajani del Parlamento Europeo; y Federica Mogherini como jefa de la diplomacia europea), y sólo uno de ellos (el de Mogherini, precisamente) ha recaído en una mujer. Desde hace unos años, el Parlamento Europeo ha intentado tener más peso en la lucha por el poder comunitario a través de un procedimiento (previsto en los tratados), por el cual los gobiernos europeos deben tener en cuenta el resultado de las elecciones parlamentarias a la hora de nombrar al presidente de la Comisión. El llamado “Spitzenkandidaten process” es el equivalente europeo de nuestra famosa “lista más votada”.
Quizá ligeramente atontados por el inusual calor, nadie en Bruselas sabe ahora mismo a quién va a haber que llamar Mr. President a partir de septiembre. Los Gobiernos europeos no se ponen de acuerdo ni siquiera en algo relativamente tan simple como si deberían o no apoyar el sistema de lista más votada. El Parlamento, que ha perdido sus tradicionales mayorías bipartidistas, está enfrascado en una lucha interna y ha sido incapaz hasta ahora de presentar un candidato de consenso. En las terrazas de Bruselas se barajan muchos nombres (el de Merkel incluido) pero lo único claro ahora mismo es que es mejor no hacer planes hasta que pase el calor.